Cuando la pandemia nos asaltó, nadie sabíamos qué significaba exactamente una palabra así. Nunca habíamos vivido una de ellas. Ahora, tras más de un año de confinamientos, restricciones, miedos, contagios, fallecimientos y vacunas es cuando empezamos a darnos cuenta de la magnitud del asunto.
Es difícil encontrar alguien a quien no le haya producido miedo, mucho miedo esta situación. Todo lo que nos es desconocido azuza siempre nuestros perores temores.
Aunque es verdad que también hay inconscientes o temerarios que prefieren mirar para otro lado y seguir viviendo su vida aun a riesgo de llevársela por delante o, incluso, hacerlo con la de algún familiar o amigo. Los hemos visto y oido a menudo en los medios de comunicación.
Solamente entendiendo la magnitud de la pandemia y los riesgos que conlleva es cuando puedes valorar adecuadamente la labor de quienes se prestan de forma voluntaria a ayudar a los demás en momentos como estos.
Fue mi amigo Luis Utrilla, presidente de Cruz Roja en Málaga, quien me puso encima de la mesa la posibilidad de echar una mano.
Se trataba de hacer las ilustraciones para un libro con el que se quería rendir homenaje a todas esas personas que desinteresadamente ponen su vida en juego y mucho de su tiempo para ayudar a los demás. El contexto de la pandemia ponía el escenario y los voluntarios de la Cruz Roja ejercían de actores.
No me lo pensé mucho a pesar de que sabía que iba a suponer un esfuerzo importante al no disponer de mucho tiempo. Al final, fueron algunas semanas de documentación y otras cuantas de desarrollo. Y ya está.
Solo quisiera expresar el agradecimiento que le tengo a este pequeño, aunque intenso, encargo porque me ha permitido conocer más de cerca la labor del voluntariado. Me ha ayudado a valorar mejor a quienes dedican su tiempo libre a ayudar a los demás. Me ha permitido también darme cuenta de que hay muchas personas con conciencia (de la buena) y con compromiso.
En efecto, afortunadamente creo que todavía no nos extinguiremos. Queda partido.
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