La calidad del aire que respiramos… o sufrimos

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La calidad del aire que respiramos

Parece que ya nos podemos quitar la mascarilla en exteriores, según apuntan quienes nos gobiernan. No tengo criterio científico para opinar sobre ello, pero la realidad es que ya no es obligatoria y podemos salir a la calle a boca descubierta. Sin embargo, deberíamos repensar si la mascarilla nos ayudaba más allá de la protección que pudiera suponer para el virus. Me refiero a la calidad del aire que respiramos.

Pongo un ejemplo: Apenas de un día para otro, cualquiera de los muebles de mi terraza aparecen cubiertos por una delgada capa de porquería. Pasas un trapo húmedo y sale negro como el tizón. No, no vivo al lado de una fábrica ni algo que se le parezca, sino en una calle normal de una ciudad normal. La realidad es que cualquier casa de la ciudad aparece con una capa de partículas sucias procedentes de tubos de escape, chimeneas, calefacciones o sustancias de dudosa procedencia. Es obvio que se trata de una cantidad de suciedad parecida a la que llega a nuestros pulmones diariamente sin que lo percibamos.

La calidad del aire o inmisión es la concentración de contaminantes que llega a un receptor, en este caso tú o yo. Su estado, bueno o malo, depende de lo que ocurre en la atmósfera, esa envoltura gaseosa de nuestro planeta que es clave para la existencia de los seres vivos. Los primeros diez kilómetros hacia arriba son lo que denominamos troposfera y es el espacio donde se desarrolla la casi totalidad de la actividad humana, a la vez que todos los procesos meteorológicos y climáticos. En un planeta sin atmósfera la vida no sería posible, al menos como la conocemos.

Cuando se emiten agentes contaminantes a la atmósfera, su dispersión y transporte se realizan gracias al movimiento del aire en cualquiera de sus escalas, global, regional o local. A partir de ahí, la persistencia de la contaminación va a depender de la propia fuerza del viento, la deposición por gravedad, el arrastre por la lluvia (en cualquiera de sus formas), el impacto con objetos o su transformación química en contaminantes secundarios.

La capacidad de la atmósfera para diluir las concentraciones de contaminantes no es infinita, como algunos piensan. Por el contrario, está limitada por los niveles que condicionan la vida saludable de los seres vivos. Y, lamentablemente, ya son muchas las zonas urbanas donde el aire apenas es respirable. Echarle la culpa de ello, como a veces se ha oído, a las emisiones volcánicas, las ventosidades de las vacas o a la combustión espontánea del compost es simplemente una excusa para no sentirnos culpables.

Como he dicho en alguna ocasión, creo que la lucha contra el cambio climático en general, y contra la contaminación en particular, debe empezar en cada uno de nosotros. Cada persona debe contribuir en aquellas acciones que estén a su alcance y bajo su responsabilidad. Pero en el caso de la contaminación del aire, que no entiende de fronteras, hay que reconocer que los mayores males proceden de una legislación muy laxa en algunos países, que permite emisiones desorbitadas por parte de las industrias, y unos gobernantes que no persiguen con severidad el incumplimiento de las normas.

A este paso, es posible que, más pronto que tarde, alguien nos indique la necesidad de volver a utilizar las mascarillas. Pero esta vez no será a causa de un coronavirus, sino por protegernos de la porquería que respiramos constantemente en las ciudades.

De igual forma, creo sinceramente que nos equivocamos en el tipo de mascarillas que estamos utilizando. Lo que realmente deberíamos ponernos son máscaras de payaso (que me perdonen los payasos y especialmente Groucho) porque eso es, precisamente, lo que estamos haciendo día tras día. Y yo no le veo mucha solución.

Si me preguntas qué puedes hacer al respecto, solo te puedo decir que ante cualquier acción que lleves a cabo en tu día a día, pienses en la posibilidad de optar por otra opción menos contaminante. Por ejemplo, en vez de coger el coche puedes ir andando o en bicicleta (no siempre, pero cuando puedas). En vez de comprar alimentos que provengan de la otra esquina del mundo, elige los que son de tu zona. En vez de encender la calefacción o el aire acondicionado tres horas seguidas, hazlo solamente dos. O utiliza ventiladores en verano. O exige a quienes te gobiernen que obliguen a los transportes públicos a usar combustibles menos contaminantes. O que no hagan la vista gorda en algunas industrias contaminantes de tu entorno.

Hay un documento muy interesante de la Organización Mundial de la Salud que aporta bastante información y explica muchos de los parámetros que intervienen en la contaminación del aire y cómo nos afectan. Puedes acceder haciendo clic aquí.

Y no dudes en hacer de altavoz, sin miedo, para que otros se den cuenta de que ellos también son parte del problema, pero igualmente, de la solución.

La calidad del aire que respiramos

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