Una de mis pasiones es la fotografía nocturna. Un ejemplo de lo que he podido llegar a hacer es la imagen que acompaña a este texto. Se trata de una fotografía del corazón de la Vía Láctea en la que también se puede ver (más bien intuir) la presencia del pico Veleta y algunos otros elementos del horizonte de Sierra Nevada.
Poder captar la Vía Láctea en el objetivo de tu cámara es una satisfacción memorable al alcance de cualquiera que se lo proponga. He de reconocer que esta pasión me ha llevado a reflexionar en más de una ocasión sobre cómo disfrutar cualquier momento de la vida con verdadera intensidad, porque lo importante no es el hecho en sí de que la fotografía sea finalmente de mayor o menor calidad (que hay de todo, como en botica), sino por todo lo que la rodea.
En efecto, cuando me propongo hacer una sesión nocturna de fotografía hay tres momentos clave: el antes, el durante y el después. Puede parecer una perogrullada, pero nada más lejos de la realidad…
El antes se suele hacer largo. Es la espera. Son esos innumerables ratos que pasas planificando todos los detalles una vez que has elegido el día. Tienes que decidir desde dónde tomarás la fotografía; planificas qué equipo y qué accesorios te llevas; consultas de forma repetitiva la previsión del tiempo para ver si va a estar despejado; planeas qué comida te llevarás para las horas que estarás allí… o la ropa que te pondrás a esas horas de la madrugada.
Por otro lado, en paralelo, le dedicas buenos ratos a proyectar los detalles técnicos. Visualizas las efemérides del día señalado y averiguas a qué hora podrás empezar hacer las fotos, con que orientación, el azimut, la claridad de la luna o cualquier otro detalle que afectará a la foto final.
El durante es el ansiado momento. Llevas muchos días preparando la ocasión y, una vez allí, despliegas todo el equipo, lo configuras todo y comienzas a hacer las fotos. Cientos de fotos. Vas utilizando diferentes parámetros. Transcurre el tiempo… Es cierto que cuando se te ocurre mirar el reloj, has pasado cinco o seis horas allí absorto con el espectáculo celeste y ni te has enterado.
El después puede ser tan extenso y reiterativo como desees. Hay que preparar las fotos que has hecho, seleccionar las mejores, editarlas, hacer pruebas… y disfrutar de ellas el resto de tu vida. Cada vez que veas alguna de aquellas imágenes recordarás ese momento mágico que estuviste en mitad de la nada haciendo fotos del cielo.
Pues bien, esta misma secuencia la puedes aplicar a cualquier actividad que realices a lo largo de tu vida. Un viaje, la visita a un amigo, un concierto, una quedada, una excursión… todo tiene un antes, un durante y un después.
Vivimos en una sociedad en la que los momentos son fugaces y apenas se dirfrutan. Existe una ansiedad a flor de piel por que las cosas pasen rápidas, cuantas más mejor y, muchas de las veces, sin saborear adecuadamente cada una de ellas.
Igual que cualquiera de esas excursiones a hacer fotos nocturnas de la Vía Láctea, creo que cada cosa que hagas en la vida debes intentar aprovecharla al máximo, viviéndola con intensidad.
¿Por qué disfrutar de cada ocasión una sola vez si puedes hacerlo tres veces? Sé consciente de ello y aprovéchalo.
Si te interesa este mundo de la fotografía nocturna, hay muchos tutoriales y páginas en las que se explican todos los detalles. Aquí te recomiendo echar un vistazo a las webs de DZOOM y ProcesingRAW, donde encontrarás todos los detalles.
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