Hace un par de tardes me encontraba dibujando unas cuantas viñetas que tengo comprometidas con una revista cuando se acercó mi hijo, de apenas once años, y me preguntó si podía sentarse conmigo a dibujar. Por supuesto, mi respuesta fue inmediata y afirmativa por lo que al poco rato ya estaba allí sentado con todos sus bártulos dispuesto a «imitar» a su padre. La verdad es que apunta buenas maneras. A su edad yo no pintaba tan bien como él lo hace.
Pasado un rato mi hijo levantó la cabeza y me preguntó: Papá, ¿y tú cuándo trabajas?
La pregunta me pilló por sorpresa pero la respuesta fue inmediata: Hijo, ahora mismo estoy trabajando.
¿Trabajando? -me respondió- si llevas toda la tarde dibujando.
¿Y cómo le explicas a tu hijo que dibujar también puede ser trabajar? E incluso que se puede (se debe) cobrar por ello. Lo más doloroso del asunto es que no solo los niños, sino la mayoría de los adultos, no conciben que una persona pueda ser un profesional del dibujo y «además» cobrar por hacer algo con lo que disfrutan soberanamente. Esto también se percibe cuando llegas a un cliente y le das un presupuesto. Te mira a la cara con los ojos entornados dándote a entender que le estás vacilando. Solo le falta preguntarte… «¿y me vas a cobrar esta cantidad por unas cuantas rayas de colores?». A lo que prosigue pasados unos segundos con un tradicional… «tengo un primo que también se le da bien dibujar y me podría hacer algo parecido».
¡Ay!
La verdad es que la de dibujante es una dedicación difícil de entender desde el punto de vista profesional. Es algo que también pasa con los payasos, los humoristas, animadores, con muchos deportistas, con los cantantes… Somos considerados como personas que hacemos algo que nos encanta y, por tanto, no deberíamos cobrar por ello.
A veces me cuesta mucho más trabajo explicar todo esto a un adulto que a mi hijo el pequeño, ya que los prejuicios se incrementan en relación directa a la edad de las personas. Pero es importante que entre todos concienciemos a la sociedad de que cualquier profesión, incluso la de dibujante, requiere de una preparación, de unos estudios, de una experiencia y de una dedicación que merecen ser compensadas.
Es la paradoja de disfrutar y trabajar al mismo tiempo, una aparente contradicción de nuestro tiempo. Pero os puedo asegurar que es posible.
La otra tarde también le expliqué todo esto a mi hijo, pero todavía no estoy seguro de que lo haya entendido. Especialmente la parte relativa a Hacienda.
En efecto, todo un clásico.