¡Quien lo iba a decir hace una década!. Hoy en día todo el mundo tiene una cámara de fotos que utiliza de forma indiscriminada ante cualquier situación, especialmente eventos familiares y viajes. El que no tiene una cámara propiamente dicha, tiene un teléfono móvil que le vale casi para lo mismo. Muchas veces es incluso mejor.
La era digital, por otro lado, nos permite tomar decenas, centenares o miles de fotos la mayoría de las cuales tan solo veremos, como mucho, una o dos veces en el resto de nuestra vida. Recuerdo que antiguamente debíamos elegir muy bien las fotos que hacíamos, ya que el revelado del carrete costaba una pasta gansa y no se podía desperdiciar. Para hacer la foto elegíamos con cuidado el lugar, la posición, el plano, la luz y muchas cosas más para que la imagen fuera perfecta. Pero eso ya solo queda en la memoria y en el baúl de los nostálgicos.
Ahora que se acercan las vacaciones para muchos, es un momento inigualable para inmortalizar esos viajes que con tanta ilusión hemos preparado durante semanas. Sin embargo es una pena que nuestro afán por hacer fotos puede terminar muchas veces con el verdadero placer de los viajes, que no es otro que disfrutar de todo aquello que visitamos. Nos empeñamos tanto en hacer fotos, muchas fotos, que a veces ni vemos lo que estamos fotografiando.
Se detiene el autobús. Bajas del autobús. Tomas diez o veinte fotos. O cien. Sube al autobús. Arranca el autobús. Compartes fotos. Siguiente parada…
Parece un esperpento, pero hay quien viaja para hacer fotos y no para disfrutar con lo que está viendo.
Es por eso que recomiendo un sencillo ejercicio: dibujar.
Os animo a aprovechar cualquiera de esos viajes para sentarnos en cualquier sitio que nos haga ilusión (incluso en un bar con una buena copita de vino) e intentad dibujar lo que estáis viendo. Es entonces cuando realmente seremos capaces de percibir con tranquilidad esos detalles que es imposible captar con la cámara de fotos. Para dibujar no debes ver sino mirar.
Cuando hayamos terminado ese dibujo nos daremos cuenta de que realmente habremos empapado nuestra retina con aquello que hemos dibujado. Y seguro que habremos disfrutado de ese pedacito de mundo que hemos trasladado al papel mucho más que si hubiésemos disparado la cámara varias veces desde todos los rincones imaginables.
No es necesario que seas dibujante. Ni siquiera que jamás hayas cogido un lápiz. En realidad es la actitud de contemplar, mirar, escudriñar, analizar y gozar de lo que tenemos delante. Y si no te gusta el dibujo, pues haces otro. O simplemente pasas página. Eso es lo de menos.
Os lo recomiendo. Intentadlo al menos alguna vez. No solo llevéis al viaje la cámara de fotos, sino también un lápiz y un bloc para dibujar. E invitad a quien vaya con vosotros a que haga lo mismo. Seguro que la satisfacción será mucho mayor.