No siempre hay un lugar mejor para vivir, aunque como seres humanos tendemos a pensar que así es. Desde pequeñitos nos enseñan en el cine, la televisión, los libros… que la vida en la gran ciudad es más atractiva, más lucrativa, más guay. No cabe la menor duda de que los urbanitas, en el sentido más amable del término, piensan así. Cuanto más grande sea la urbe y más paradas de metro tengas que recorrer para llegar a cualquier lado, por cercano que pueda estar, mucho mejor.
Resulta curioso ver los folletos o la publicidad de las agencias de viaje en las que, por ejemplo, te pone la plaza de Picadilly Circus como el lugar más cool de Londres, o Times Square como ese sitio indispensable que tienes que visitar en Nueva York, o Roma, París, Madrid, Berlín… La palma se la lleva el famoso paso de cebra de Tokio (el cruce de Shibuya) que –dicen- es el más transitado del mundo y que es portada de cualquier folleto que tenga como objetivo viajar a Japón. Todos esos lugares son transitados por miles de personas a cualquier hora del día o de la noche.
Afortunadamente las personas somos diferentes. Cada uno tiene sus gustos y sus prioridades. Es magnífico que haya muchas personas a las que les gustan las grandes urbes, porque así dejarán más espacio en las ciudades pequeñas, en los pueblos y en el campo para que los disfruten los demás. Afortunadamente existe un equilibrio.
Hace unas semanas estuve en Madrid, capital de España para más señas, donde conviven más de seis millones y medio de personas. Estaba de paseo por el centro, lo que me llevó voluntaria e inexorablemente a varias tiendas de comics como Crisis Comics, Madrid Comics o Akira, imprescindibles puntos de encuentro (otro día hablaremos de alguna de ellas). Los peatones me adelantaban por la derecha y por la izquierda, lo que da una cierta idea de mi tranquilidad en el caminar o del estrés de los que me rodeaban. En un momento dado, un par de muchachos me empujaron en su desesperación por abrirse paso por la acera a la vez que me decían “¡joder, que pareces de provincias!”.
Pues sí, no solo lo parecía, sino que lo era. Y tan feliz.