Cuaderno de viaje: Valle de Boí

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Sant Climent de Tahüll

Los Pirineos son una de mis debilidades. Cualquiera de sus valles hace las delicias de los cazadores de sendas y de naturaleza, entre los que modestamente me encuentro. El Valle de Boí es justo eso, un paraíso natural, pero hay que añadir que se trata también de una de las mayores y mejores concentraciones de arte románico de España.

Pero empecemos por el principio: el entorno. Hay ocho poblaciones en este valle de la Alta Ribagorza, las cuales apenas llegan a los doscientos habitantes, y que se extienden por una sucesión de valles de origen glaciar. Bosques, prados, arroyos, olor a monte… todo es como alguna vez has soñado que debía ser tu montaña ideal. Además, a escasos kilómetros está una de las entradas al Parque Nacional de Aigüestortes (visita obligada), lo que nos puede dar una idea del entorno en el que nos encontramos. En lo más alto del valle se encuentra la estación de esquí de Boí-Tahüll, que en verano se convierte en una sucesión casi interminable de verdes prados.

En las pequeñas poblaciones del valle las casas son de piedra y los tejados de pizarra. El olor a leña aparece a media tarde y termina de redondear el ambiente de estos pueblos de montaña. Perfectamente integradas con el entorno, entre sus calles se puede descubrir un conjunto de iglesias románicas que están declaradas Patrimonio de la Humanidad. Fueron construidas, en los siglos XI y XII, con estilo románico lombardo por una importante familia feudal que, para demostrar su poder, construyó un total de ocho iglesias y una ermita. 

Tienen en común los esbeltos campanarios y decoración con arcos ciegos, dientes de sierra y bandas lombardas. Las pinturas interiores, especialmente las de San Clemente de Tahull, son excepcionales, aunque algunas de ellas se preservan en museos y aquí solamente veremos reproducciones. Los templos son de dimensiones reducidas construidos en piedra y madera, con muros anchos y ventanas pequeñas. Es casi obligado verlas una por una y sumergirte en el aura de relajación que transmiten.

No hay que olvidar que también en estos valles se encuentra uno de los balnearios con más solera e historia de este país, el de Caldes de Boí, que tiene ni más ni menos que 37 fuentes de aguas medicinales. Merece la pena visitarlo, aunque solo sea para dedicar un buen rato a pasear por los frondosos jardines que lo rodean.

Pasamos una semana en el valle de Boí y siempre tuvimos cosas que hacer, fundamentalmente disfrutar de una arquitectura magnífica y una naturaleza espléndida. Os recomiendo una visita al Centro de Documentación del Parque Nacional de Aigüestortes y Lago de San Mauricio, que se encuentra en Boí (ver aquí información del parque), así como el Centro de Interpretación del Románico, que se haya en Erill la vall, del que puedes saber más haciendo clic en este enlace. También es interesante acercarse a la Oficina de información del Patronato de Turismo de la Vall de Boí, que se encuentra en Barruera (ver aquí), el pueblo que ofrece más servicios en toda la zona.

Ah, si tienes ocasión de visitar este valle en los meses de junio o julio, te encontrarás con las fiestas de las Fallas de la Vall de Boí. Por la noche se encienden hogueras en las montañas, desde las que se bajan con troncos encendidos rodando por las laderas. Según cuentan, el fuego sirve para purificar una vez al año los campos, los bosques y las poblaciones, alejando a los malos espíritus. Un broche de oro para la visita a un valle espectacular.

Mi cuaderno de viaje: Valle de Boí
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Hay muchos lugares para comer, sobre todo en Barruera, Erill la Vall, Boí, Tahüll y en Plá de la Ermita, aunque realmente casi todos los pueblos de la zona tienen sitios donde reponer fuerzas. Comimos en varios y ninguno nos decepcionó. La oferta gastronómica del Valle se basa en la ternera y el cordero, criados en los prados de la propia comarca. Las setas de la zona también son un buen reclamo para el paladar. Lo dicho, elegid vosotros mismos y seguro que no os equivocaréis.

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Para dormir fuimos directamente al Plá de la Ermita, en la parte alta del valle, donde se encuentra el Boí-Tahül Resort. Es una zona que está especialmente preparada para alojar a las miles de personas que vienen a este valle a esquiar en invierno, por lo que la oferta hotelera es amplia, variada. Para todos los gustos. En verano está todo muy tranquilo y tiene magníficas instalaciones para el ocio familiar. En nuestro caso nos alojamos en el Residencial SNO Vall de Boí (ver aquí), donde pudimos alquilar un apartamento con buhardilla muy cómodo y amplio. Tienes la posibilidad de alojarte con media pensión, lo que ayuda a reponer adecuadamente las fuerzas tras los paseos diarios. 

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La N-230 (Lérida-Valle de Arán) es el acceso principal. De ella parte la L-500, carretera que cruza El Valle de norte a sur y que, además, nos lleva también hasta el Parque Nacional.

Para visitar Aigüestortes, hay que hacerlo con un servicio de taxis 4×4 que sale desde la plaza de Boí. También puedes ir en coche particular, pero hay que dejarlo a la entrada del Parque y andar.

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Puedes conocer otros destinos que han sido visitados por nuestra mochila en la sección que hemos llamado: «Cuaderno de viaje» (ver aquí).


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