Uno de los bienes más preciados que tiene la democracia es la libertad de expresión. Si alguien lo pone en duda, no tiene más que viajar a cualquier país donde carezcan de ese derecho y ponerse a gritar contra el gobierno en medio de cualquier plaza. En pocos minutos me dará la razón. Aunque ya será tarde.
La libertad de expresión significa que cualquier persona puede decir lo que desee, en el momento en que lo estime oportuno y de la forma que considere más adecuada. Otra cosa diferente es que, en función de lo que diga, cómo lo diga o la circunstancia en la que lo haga, puede ser denunciado y condenado.
Pongo un ejemplo. Yo puedo decir que un concejal en concreto de mi pueblo es un degenerado, un estafador y un acosador. La ley me ampara en mi derecho de decirlo si me apetece y pregonarlo por las redes o a grito pelado. Ahora bien, tras haberme quedado tranquilo tras dicho exabrupto, me pueden caer denuncias por injurias, calumnias, por escándalo nocturno o por haberlo escrito en la fachada del ayuntamiento con letras de un metro de grosor. Y posteriormente un juez decidirá cual será la pena a cumplir. Eso es democracia. Eso es justicia.
Una cosa es mi libertad de expresión y otra, bien diferente, es que debo ser respetuoso con las leyes. No es difícil de entender, ¿verdad?
Ahora bien, la censura previa es algo que no solo no está bien, sino que va en contra de ese derecho. La censura la practican quienes saben que están haciendo algo mal, quienes quieren ocultar hechos punibles, quienes son incapaces de rebatir las críticas con argumentos o quienes tienen miedo de que se sepa, precisamente, la verdad.
La tecnología actual permite ejercer un seguimiento de las comunicaciones como jamás se había podido hacer con anterioridad. Además, la tecnología permite analizar en tiempo real millones de conversaciones para detectar e identificar los contenidos que se están transmitiendo. Precisamente por ese motivo es posible diferenciar las informaciones que no convienen y actuar contra ellas preventivamente. Es ahí donde radica la segunda parte de lo que estamos viviendo en mi país en estas circunstancias tan difíciles provocadas por la pandemia del coronavirus: no hay que confundir la mentira con la conveniencia.
Si tú, censor, quieres perseguir las informaciones falsas, hazlo. Demuestra que son mentiras y denuncia a quien las utilizan contra tus intereses. Pero no persigas la información que no sea de tu conveniencia para evitar que llegue a los demás, porque en tal caso, dejarás de ser un demócrata tolerante para convertirte en un opresor.
Defendamos la libertad de expresión, incluso la de quienes piensan lo contrario que nosotros, pues si perdemos este derecho, quedaremos a merced de un puñado de incapaces sin argumentos.