Me encanta la Navidad. De eso no tengo duda alguna. Y no me refiero solamente al significado religioso que tiene, que también, sino a todo lo que conlleva. Es un pequeño periodo de tiempo que anualmente sirve para que las personas den lo mejor de sí mismos. A veces. hasta el más indeseable de cuantos nos rodean parecen convertirse en personas decentes.
Cada Navidad recibimos cartas y mensajes de felicitación de amigos a los que no vemos desde hace mucho tiempo. También en esta época es cuando todos hacemos un esfuerzo por estar más cerca de nuestras familias. Nos juntamos a cenar o visitamos a nuestros más allegados para hablar de miles de cosas, pero siempre con una sonrisa en la boca. La solidaridad se convierte en un halo que lo cubre todo y hay un esfuerzo generalizado para ayudar a aquellos que más lo necesitan. Y los niños, sin duda los que más disfrutan de la Navidad, mantienen la ilusión por cada pequeño detalle de estas celebraciones.
Sí, todo eso forma parte de la Navidad. Y así es como muchos la vivimos. Pero en los últimos años, y especialmente en éste último, hay una moda que está extendiéndose para tratar de evitar que la Navidad sea Navidad.
Algunos ayuntamientos, que son quienes coordinan las celebraciones en cada uno de nuestros pueblos y ciudades, tratan de evitar el uso de la palabra «Navidad» y la abolición de cualquier símbolo que pueda parecer religioso. Parece ser que así se sienten más guays y progres.
Algunos ni se sonrojan con eso de celebrar las fiestas del solsticio de invierno, que a buen seguro no saben ni de lo que significa. Por la misma regla de tres habría que festejar el equinoccio de primavera, el solsticio de verano y el equinoccio de otoño. Pero nunca les he oído hablar de celebrarlos.
La iluminación de nuestras calles ya no tienen símbolos tradicionales sino que aparecen artefactos raritos, llenos de luces y que carecen de significado.
Por supuesto, los Reyes Magos empiezan a ser una especie en extinción. La legión encabezada por Papá Noel, el Olentzero, la bruja blanca o el duende feliz son los que pasean con los respectivos concejales repartiendo regalos y como protagonistas de cabalgatas y otros actos festivos.
Y lo que es peor, la falacia política de la paridad llega hasta el punto de que hay quienes se plantean que haya Reinas Magas. Y si, además, hay que pintarlas de negro, pues adelante.
De los belenes ya ni hablamos. Los hay que ya han desaparecido, otros los reducen a su mínima expresión e incluso los hay que lo ponen todo, pero ninguna figura junto al buey y la mula, auténticos protagonistas. Algunos ya incluso hacen exposiciones de maquetas de los pueblos para no llamarlos «belenes».
No. No estoy con esa marea de idiotas que pretenden llamar de forma diferente a lo mismo que llevamos celebrando desde hace cientos de años con un solo nombre: Navidad.
Y si esa avalancha de pensamiento laicista acomplejado nos pretende obligar a celebrar y sentir las cosas de forma diferente, pues no estoy dispuesto a dejarme llevar. Que hagan lo que quieran en su casa, pero que nos dejen a los muchos que todavía creemos en la Navidad celebrarla como se debe.
Eso sí. Los que tratan de evitar la Navidad fuera de sus casas, de puertas hacia dentro se hacen regalos, comen y se felicitan. Como si no fuera con ellos.
Valiente panda de idiotas, no os habéis enterado de lo que es la Navidad.