Hay días en que uno se siente feliz porque tiene la oportunidad de sentirse parte de algo importante. Para mí lo son mi familia, mi gente, mi país… Es por ello que cuando llega la hora de ejercer la democracia votando por mejorar este pedacito de terreno que políticamente nos pertenece me siento feliz de ser parte de esa movida y, de alguna manera, decidir con mi voto qué es lo que se va a hacer en los próximos años.
Después llega la cura de humildad cuando me doy cuenta de que mi voto no ha provocado el esperado vuelco electoral y además constato de que quien manda en este bendito país ya no vive aquí sino que dicta las órdenes desde lejos, amparado por una amplia mesa de nogal y rodeado de ordenadores y becarios que especulan con mi sueldo, mi hipoteca y mi coche.
En esta ocasión voy a votar con menos ilusión que otras veces ya que mi voto no va a echar de su sitio a especuladores, banqueros y grandes manipuladores que son, además, tan listos tan listos que nunca se presentan a unas elecciones como estas. Ya hay quien se presenta creyendo que puede cambiar algo.
Permitidme, no obstante, mantener la ilusión por que todo esto cambie algún día.