La independencia de Escocia

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La independencia de Escocia
Somos seres sociales. Al menos, así es como definimos en general al ser humano. El término sociedad hace referencia al conjunto de individuos que comparten una misma cultura y que interactúan entre sí para conformar una comunidad.
 
Pero la complejidad del ser humano le lleva a formar parte de muchas comunidades. Solamente desde el punto de vista cultural, una comunidad puede estar basada en el idioma que comparten sus miembros, en el aislamiento geográfico, en una dedicación laboral concreta (gremios), en el
gusto por una determinada música o en la defensa de unos valores específicos. De hecho, cualquier ser humano pertenece a diferentes comunidades al mismo tiempo. Y, en general, todas compatible entre sí.
 
En los últimos tiempos se nos ha presentado la apasionada cuestión de la independencia de los territorios. Sin entrar a valorar la legitimidad de unos u otros, tenemos por ahí a los escoceses, bávaros, catalanes, corsos, vascos, moldavos, crimeos, araneses, alsacianos o vénetos pidiendo su independencia. No todos, por supuesto, pero algunas voces sí que hay en cada una de esas regiones. 
 
Por otra parte están los oportunistas. ¿Quienes? Pues los oportunistas
de la independencia
 
Generalmente son políticos (aunque no siempre) que buscan mejorar su situación personal y aumentar su poder buscando un enemigo donde no
lo hay. Acordémonos de Napoleón cuando decía, no sin razón, que «nada para acallar a un pueblo descontento como buscarles un enemigo fuera de casa«. Y esa es, precisamente, la estrategia de los independentistas: Decidir que existe un enemigo externo, opresor, que quiere hacer desaparecer a la comunidad y sus señas de identidad. A partir de ahí, se repiten las mismas conductas en todos los casos: tergiversación de la historia, fomento del odio, exageración de las diferencias, etc.
 
La cultura de una comunidad no desaparece al estar dentro de otra más amplia, ni mejorará de forma significativa por ser independiente. Al contrario, las diferencias en sí mismas con sus vecinos son las que le enriquecerán.
 
La pena, la auténtica pena, es que el ciudadano de a pie no es consciente de que los únicos que ganan con la independencia son los políticos independentistas y sus amiguetes. El ciudadano vivirá con peores  expectativas, más dudas y con menos horizonte social, mientras que el político manejará el presupuesto y las Leyes a su criterio con la excusa de la independencia, el país, el Estado.
 
Siempre es mejor sumar que restar, incluso en política. Los británicos no lo han entendido y sus políticos los han llevado a separarse del proyecto común europeo. La propaganda política publicará las bondades de la nueva situación (sea verdad o mentira), pero solo el tiempo dirá si les va mejor o peor.
 
Los escoceses, por su parte, quieren pagar con su misma moneda al gobierno británico solicitando la celebración de un nuevo referendum sobre su independencia. Porque es posible que lo que está pasando realmente es que ellos sí han sido capaces de entenderlo. En realidad quieren independizarse del independizado. Saben que la unión hace la fuerza y que seguir con la mayoría de Europa es una apuesta de estabilidad y futuro. Con el tiempo lo agradecerán.
 
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