Los tiempos de crisis son ideales para reconocer, por fin, quienes son de fiar y quienes no. En los momentos difíciles es cuando descubres la verdadera naturaleza del ser humano, mostrándote lo más grande de algunos de ellos y las miserias de otros. Y, mira tú por dónde, el coronavirus de las narices nos está revelando en el entorno de cada uno a grandes personas y a verdaderos rufianes.
Es el caso de todos esos miserables que se están enriqueciendo con el mercado negro de artículos de primera necesidad como son los test médicos, los geles hidroalcohólicos y, especialmente, las mascarillas. Son intermediarios oportunistas que las compran vete tú a saber dónde y las ofrecen por lo bajini a precios desorbitados, Es un juego miserable, porque hay personas inmunodeficientes cuya vida depende de disponer de una mascarilla y no pueden permitirse el lujo de comprar cada unidad por 10 o 12 euros, cuando le costaba unos céntimos hace unas pocas semanas. Aplaudo desde mi modesta tribuna especialmente a los farmacéuticos que no han querido entrar en ese juego.
También son criticables quienes gritan a los cuatro vientos las maravillas de la sanidad pública y cuando ellos caen enfermos eligen para sí mismos las clínicas privadas. No dudo que tendrán sus derechos, sus mutuas y sus seguros, pero lo mínimo que puede tener cualquier persona es coherencia y consecuencia. No puedes defender en público una cosa y hacer la contraria cuando te toca a ti. Y vaya por delante que soy un defensor a ultranza, convencido, de la sanidad pública. Pero también de su necesaria coexistencia con la privada, que nos ahorra muchos miles de millones de euros cada año a los ciudadanos de a pie. Lo uno no quita lo otro.
Incluyo en mis críticas a los canallas que viven con envidia las donaciones de algunas personas en estos tiempos de crisis. Si tienen mucho dinero, bien está que hagan algo bueno con él. Es de agradecer, porque seguro que están salvando vidas con esas aportaciones. No entiendo, sinceramente, la persecución que muchos les hacen. Generalmente, quienes censuran este tipo de donaciones son personas que no están acostumbradas a dar, sino a recibir.
También son mezquinos quienes siembran de mentiras a los ciudadanos, que a estas alturas ya están llenos de dudas y de miedos. Las fake-news se han convertido en un fenómeno de nuestro tiempo, pero los irresponsables que las generan son impasibles ante la desazón y la ansiedad que despiertan en muchas personas. Lo más lamentable de esto es que muchos de quienes generan opinión están en el pesebre de los partidos políticos, en el gobierno o en la oposición, y su único objetivo es mantener el poder o conseguirlo.
Hace unos días se han desvelado los casos de cientos de perfiles falsos creados en las redes sociales para generar opinión. En unos casos eran para atacar a un gobierno que, como el nuestro, está trabajando para salir de una situación comprometida. Las informaciones falsas y medias verdades no solo no ayudan a resolver esta situación, sino que crean desasosiego y división entre la ciudadanía. Hay que dejar trabajar a quienes tienen esa encomienda.
Pero también hay cientos de perfiles falsos orientados a justificar las acciones de este gobierno que tenemos. El gran debate sobre la responsabilidad de alentar las manifestaciones del 8 de marzo, es tan insensato en estos momentos como cualquier otra discusión que nos desvíe del verdadero objetivo que es salir de la crisis del COVID-19. Eso sí, una vez esto termine seré el primero en exigir responsabilidades a este gobierno, o a quien toque, por mentirnos deliberadamente, por ocultarnos información, por ineficacia, por negligencia, por ponernos en peligro de muerte debido a su inoperancia y por otras muchas cosas. Pero no ahora.
Lo dicho, los tiempos de guerra, y no dudemos a estas alturas que estos lo son, las miserias de las personas salen a la luz. Afortunadamente, también salen a la luz la humanidad, la solidaridad, la generosidad o la fortaleza de muchos ciudadanos anónimos. Esos son los que deben darnos fuerza y servirnos de ejemplo. Ahora es el momento de ser positivos. Es la hora de sumar y no de restar.
En efecto, al final resulta que no se trata de un problema de mascarillas, sino de máscaras.