Maravillas de la lengua o el bibianismo en los comics

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Quienes me conocen saben que no soy una persona de esas que comienza a hablar y no se detiene hasta que se queda solo. No lo hago ni por pereza ni por desgana sino simplemente por que me gusta escuchar. El lenguaje es una herramienta fantástica que se nos dio al ser humano para poder comunicarnos y en cualquiera de sus formas es algo que no valoramos suficientemente hasta que, por el motivo que fuere, nos vemos privados de la capacidad de usarlo.
Pero otra cosa, también maravillosa, es la lengua. No me refiero al apéndice carnoso que muchos llevamos en la boca (algunos llevan cualquier otra cosa) sino a la “Lengua”, con mayúsculas, el idioma común con el que nos relacionamos las personas en un país o territorio.

Por desgracia hay cientos de lenguas en el mundo y según dicen los estudiosos, la mente humana no permite el aprendizaje de más de una decena de ellas. Sería maravilloso poder cruzar el planeta completo pudiendo intercambiar experiencias con todo aquel que te encontraras en una única lengua. Posiblemente nos llevaríamos incluso mejor.

Además me gusta presumir de hablar español, posiblemente una de las más bonitas lenguas del mundo que, por otro lado, se habla en una extensión extraordinaria del mundo y por millones de personas.

Sin lugar a dudas, la iniciativa que tuvo a principios del siglo XVIII el Marqués de Villena, amparado por el rey Felipe V, de crear la Real Academia Española de la Lengua fue un éxito al ir sentando las bases para la fijación de los vocablos con el fin de que tuvieran propiedad, elegancia y pureza. Gracias a eso somos capaces de expresarnos con una riqueza extraordinaria de palabras y expresiones que propician el éxito en cualquier reunión social (hasta la tercera copa, más o menos). Con el devenir de los años son muchos los vocablos y las voces que se han ido añadiendo oficialmente a nuestra lengua por el uso o aceptación que han ido teniendo en la calle si bien somos precisamente nosotros, los individuos de la calle quienes peor uso hacemos de todos ellos con personalismos, regionalismos, dejes y otras matracas.

Recientemente tuve una pequeña discusión con motivo del uso de la lengua; la de comunicarnos, no la otra. Todo ocurrió al presentar unos bocetos a un cliente sobre unas viñetas que me había encargado para una campaña promocional donde me recriminó por utilizar el lenguaje de forma sexista o, más bien, machista. El caso es que el problema radicaba en que yo utilizaba para los diálogos de las viñetas el género neutro en vez de masculino+femenino, que parece ser que es lo que se impone últimamente. Vamos, que si digo “ciudadanos” no es lo mismo que decir “ciudadanos y ciudadanas”. Pues según mi modesto entender, y según ampara nuestra mencionada Academia, es exactamente lo mismo. Punto y pelota. O punta y peloto.

Precisamente, a la hora de elaborar un cómic una de las tareas más importantes y laboriosas de la fase creativa es conseguir un uso adecuado de la lengua a fin de transmitir de forma clara, precisa, elegante y eficaz las ideas que complementamos con el dibujo. El famoso “bocadillo” que acompaña a las viñetas tiene otro reto importante en ese proceso que es conseguir las palabras justas y precisas para que se transmita el mensaje sin salirnos del trocito de papel del que disponemos.

Desde hace unos poquitos años tenemos la extraordinaria suerte en este país en el que vivimos de cohabitar con mentes privilegiadas que se han empeñado en llevar a nuestra lengua hacia los límites de lo divino. Me refiero al concepto de “lenguaje sexista” que pretende llegar a la igualdad haciéndonos repetir una y otra vez las mismas palabras, ahora en masculino y después en femenino, o viceversa. Dudo mucho que el uso del lenguaje en la forma que nos tratan de imponer ayude en forma alguna a la igualdad entre sexos ya que una cosa es el hablar y otra muy diferente la formación y el civismo de las personas.

El éxtasis de este grupo de admirados aspirantes a académicos llegó cuando una ministra aludió a que estaba rodeada de “miembros” y “miembras”. Este desliz no solo sirvió para abrir un debate absurdo sino que, además, los hubo por centenares que la defendían y que reivindicaron una equiparidad sexista de la lengua.

Ya hacía tiempo que se me saltaban las lágrimas (de risa, claro) cuando más de uno escribía utilizando la conocida arroba “@” para dirigirse a ambos sexos a la vez. Posiblemente no son conscientes quienes esto hacen de que están llamando literalmente gordos a todos y todas ellas ya que la arroba es una medida de peso que se usa como tal, y con ese mismo símbolo, desde el siglo XVI.

Pero mi interés en este humilde escrito no es otro que reivindicar un poco de rigor a quienes presumen de utilizar la lengua con igualdad y lo que le están haciendo es un penoso favor al fomentar la desigualdad del lenguaje al denostar las voces genéricas de las palabras (o lo que es lo mismo, utilizar el masculino como género neutro). Digo esto por que me siento como una persona (o “persono” en mi caso) ofendido al comprobar que la lengua (el “lenguo”) utilizado por la raza humana (el “razo humano”) obedece a intereses partidistas (“partidistos”) más que a la lógica (el “lógico”).

Además, en el caso concreto de cada individuo (o “individua”) aparecen dificultades específicas. Mi problema (“problemo”) es que no estoy seguro sobre como voy a hacer comics a partir de ahora ya que la lengua (“lenguo”) que pretenden imponerme me obliga a usar el doble de superficie (“superficio”) de papel a fin de transmitir una idea (“ideo”). A partir de ahora, en vez de aprovechar la riqueza (“riquezo”) de la legua (“lenguo”) española (“españolo”) habré de tener cuidadito en que todas las formas (“formos”) lingüísticas aparezcan reflejadas en masculino (“masculina”) y femenino (“femenina”).

El caso es que este debate absurdo hizo que mi cliente no quedase satisfecho hasta que le rehice todos los textos utilizando ambos géneros en cada viñeta. Esto me obligó a reducir la superficie de dibujo en un 20% a favor de los bocadillos que necesitaba para poner ese “extra” de texto. Pero ya se sabe que el cliente siempre tiene la razón.

Gracias Bibiana por abrir el horizonte del pensamiento moderno no sexista. No estoy convencido de que mis lectores te lo agradezcan en el futuro, ni tan siquiera yo mismo, pero te aseguro que las fábricas de papel y de tinta te harán un monumento. O “monumenta”, quien sabe.

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