A pesar de los negacionistas -que gente hay para todo- pocos dudan a estas alturas que el cambio climático es un hecho. Todos somos conscientes de que tenemos una responsabilidad directa en los cambios que se están produciendo en el clima global.
Es posible que muchos de nosotros reciclemos, utilicemos el transporte público, compremos frutas y verduras de nuestro entorno o hagamos cuantas cosas se nos ocurran para reducir nuestra propia huella de carbono. Pero por mucho que hagamos, si no se toman medidas globales no llegaremos a sitio alguno. En principio son nuestros políticos quienes tienen esa responsabilidad. Y nosotros deberíamos ser quienes se la exigiéramos. Pero no. Ni lo uno, ni lo otro.
En diciembre de 2019 se celebra en Madrid la CUMBRE DEL CLIMA, un evento que llega con algunas propuestas interesantes, con un número reducido de grandes objetivos basados en encontrar las vías para el cumplimiento del Acuerdo de París. Pero, sobre todo, esta cumbre internacional se llevará a cabo con el mismo cinismo habitual de los gobernantes, para quienes el cambio climático es tan solo un titular con el que arañar unos cuantos votos. Y poco más.
De lo que sí me alegro, en cualquier caso, es de que se celebre. Servirá para que los medios de comunicación hablen de ello. Para que todos hablemos de ello, También será útil para que nos recuerden a cada uno de nosotros (escépticos o no) la gravedad de la situación de nuestro planeta. Incluso será una ocasión importante para sacar pecho y aprobar algunas leyes y normas pendientes. Pobre recompensa para un evento que mueve a muchos miles de personas, gasta millones de euros y genera, por sí mismo, una enorme huella de carbono gracias al transporte de los participantes, la comida basura con la que se sacian o los papeles inútiles (informes, folletos panfletos…) que se reparten por toneladas.
Desde que en 1972 se celebró la primera de estas cumbres en Estocolmo han sido muchas las ideas, los acuerdos y los compromisos pero ni un solo cumplimiento. Es verdad que posiblemente estaríamos peor si no se hubieran celebrado esas cumbres y no se hubiera concienciado a la clase dirigente sobre el hecho de que es necesario hacer algo. Pero poco más.
Si por una vez en la vida los políticos se abstuvieran de asistir a este tipo de encuentros y de opinar sobre cosas de la que no tienen ni idea, a lo mejor sacaríamos algo positivo. Dejemos las cumbres del clima para los técnicos con capacidad para articular acciones realmente eficaces y, a ser posible, ambiciosas. Que los gobernantes, desde sus despachos, se limiten a aprobar los presupuestos necesarios y dejen que tales iniciativas se pongan en marcha con criterios técnicos, no políticos.
Pero volviendo a la realidad, llegar a la cumbre del clima es fácil, solo es una fecha en el calendario. Lo difícil es soportar la cuesta abajo que tenemos por delante si nadie lo remedia. De momento, todo sigue yendo hacia abajo. Muy abajo.
Por favor, hagamos algo. Pero de verdad.