Un día, nuestra hija nos dijo que quería ser periodista. Nos pareció que lo tenía claro, por lo que no quisimos objetar nada pensando, con plena confianza en ella, que su ya demostrada madurez le permitiría llegar a donde buenamente quisiera.
De todas formas, y como creo que ocurre con todos los padres, no perdimos la ocasión de hacerle varios comentarios, mas bien consejos, pensando que ello serviría para afianzar el pretendido éxito de su decisión.
Recuerdo que mi mujer, siempre prudente, le dijo: «Querida hija, si quieres ser periodista, como cualquier otra cosa que desees ser, hazlo con el corazón y la profesionalidad que te hemos enseñado». Tomó su camino y ahí sigue, luchando año tras año, para conseguir la meta que se ha propuesto y dando muestras de dedicación, honestidad y profesionalidad, incluso antes de obtener el título académico.
Viene esto a mi cabeza porque hoy, más que nunca, necesitamos periodistas honestos y profesionales que, más allá de intereses ideológicos, editoriales, políticos, de audiencia o cualquier otra necesidad bastarda, sepan y quieran decir las cosas como son. O acaso, lo que merecemos como ciudadanos, que no es otra cosa sino la verdad objetiva sobre los acontecimientos diarios.
Digo bien cuando acuso con mi dedo a los medios de comunicación (lo cual supongo que a sus editoras les traerá al fresco) de venderse a los intereses generados por los barómetros de audiencia, por sus amiguetes de los partidos políticos, o a los lobbys que todos conocemos. Porque lo que «casi» todos queremos es que se nos informe sobre las cosas que pasan de forma clara, veraz, objetiva y sin las manipulaciones de las que hacen gala todos los medios. Hasta ahora se han llamado «medios de comunicación», ¿acaso deberíamos llamarles «medios de opinión»?
No quiero, por ejemplo, tener que escuchar todas las mañanas la retahíla de especulaciones, acusaciones y juicios paralelos que se hacen en prensa sobre cualquier tema presuntamente turbio y sin que un juez haya dictado previamente sentencia. Recordemos los juicios mediáticos realizados a personas como Camps, José Blanco, Mario Conde, la Pantoja, Ortega Cano (con independencia de que finalmente fueran culpables o no) o cómo se ha acusado a partidos completos de urdir tramas perversas de corrupción, todo ello antes de que el Sr. Juez abra la boca. Una vez hecho el daño, ya pueden sonar las campanas, que nada va a cambiar.
Otro tema, también de traca, es cómo los medios de comunicación se afanan en hacernos comprender que en nuestro país lo realmente importante es aquello que acontece en los debates-basura y reality shows de la televisión, esa telemierda con la que nos quieren hacer comulgar, ante la evidente falta de mejores contenidos. No soporto que todos los días encuentre en cualquier periódico, incluidos los que entiendo que son prestigiosos, titulares y noticias increíbles sobre los concursantes en los
programas más absurdos, a los que elevan vergonzosa e innecesariamente a la categoría de «famosos»
programas más absurdos, a los que elevan vergonzosa e innecesariamente a la categoría de «famosos»
Quisiera un periodismo como el de antes, cuando los profesionales, que lo eran, vestían con corrección, hablaban con respeto, informaban sobre las cosas que pasaban sin dejarse llevar por una opinión interesada y, sobre todo, cuando nos ayudaban a crecer como personas con criterio.
Hija mía, creo que lo mejor que te he podido decir desde el mismo día en que naciste es que seas tú misma, que seas honesta y que no te dejes llevar por esa ola de intereses que inundan a nuestros «medios de opinión». Eso, no te quepa duda, hija, va a ser una dificultad añadida para que encuentres trabajo, pero a veces es mejor ser Quijote y mirar de frente a los que te encuentres en el camino, que tener que andar con la cabeza gacha.
Y, la verdad, es una pena que en los telediarios cada vez pasan más tiempo mirando hacia abajo.