Una conferencia impresentable

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Hace unos días tuve ocasión de asistir a la conferencia que un conocido dibujante ofreció en Málaga y que en principio me había llamado la atención porque conocía sus dibujos y por que el tema prometía. La conferencia en cuestión se llamaba “El cómic como herramienta de expresión y de reivindicación”.

La idea me gustaba ya que soy de la opinión de que un cómic es algo más que un simple grupo de dibujos. De hecho, se trata de un mensaje (guión) traducido a viñetas con independencia de que lo que se quiera transmitir sean sentimientos, críticas, chistes o cualquier otra idea. El cómic sin un argumento es tan solo un dibujo (sin que ello le quite el mérito artístico que merece, por supuesto). El caso es que para que un cómic sea realmente bueno debe contener por partes iguales una buena dosis de dibujo y otra de guión (la famosa idea genial que siempre está rondando hasta que se la necesita). Al menos es así como yo lo veo.

El caso es que esa tarde tenía tiempo de sobra y me fui con anticipación para poder pasar antes por una tienda especializada de comics, de una editorial conocida, y echar un rato ojeando novedades y pequeños tesoros escondidos. Llegué al lugar de la conferencia (una asociación cultural juvenil) con tiempo suficiente para pillar una buena silla, cosa que, en efecto, hice. Me sorprendieron las buenas instalaciones de esta asociación juvenil aunque me explicaron después que allí se concentraban otras muchas asociaciones para sacar buen rendimiento de los locales y compartir gastos. La sala tenía unas cien sillas y disponía de todos los medios audiovisuales que se pueden necesitar para una conferencia de cierto nivel. Esto prometía.

A mi alrededor había algo más de cincuenta personas, casi todos mucho más jóvenes que yo, y la verdad es que me encontraba muy “metido en faena” pues las conversaciones que se cruzaban eran todas sobre el mundillo del cómic, cosa que se agradece bastante pues descubres que no se trata de una cultura tan minoritaria como algunos creen. Realmente estaba disfrutando del momento.

Tras diez minutos de retraso sobre la hora prevista llegó el conferenciante. O, al menos, eso esperaba yo. El caso es que aparece un jovencito con camiseta de ACDC seguido de un …algo, vestido de Darth Vader. El muchachete que lideraba la procesión resultó ser el presidente de la asociación juvenil. Hasta ahí todo bien (o cuanto menos aceptable). Pero mira por donde que cuando presenta al dibujante que yo había ido a escuchar, le cedió la palabra a Darth Vader.

No calificaría esto de surrealista ya que cada uno puede tener su manía o afición personal. De hecho, conozco gente para los que el Carnaval de Cádiz es su pasión y los disfraces son su vida. El surrealismo ortodoxo llegó inmediatamente después cuando el conferenciante dijo con voz ronca algo así como: “Yo soy la fuerza, mis dibujos tienen la fuerza y vosotros vais a tener esta tarde la fuerza”. ¡Toma caña de España!.

El resto de la conferencia fue por el mismo camino y lo que finalmente pude deducir del cúmulo de disparates que escuché en la media hora que tardé en largarme de aquel submundo es que o yo estoy fuera de onda o aquí la gente se pasea “fumá” por el barrio y sin complejos. De mensajes y de comics, nada de nada. Mucho hablar de reivindicación, sí, pero de reivindicación de culturas alternativas y cosas similares. De dibujo, nada de casi nada.

Volvía a mi casa cabizbajo con la sensación de haber perdido a un dibujante admirado y de haber echado por la borda esa maravillosa tarde de primavera. Pero conforme andaba por esas calles malagueñas me daba cuenta de que estaba equivocado ya que, por el contrario, debía darme cuenta que este mundo del cómic es tan inmensamente grande y rico que permite abrazar a genios como Mingote, Francisco Ibáñez, Max o Paco Roca y a idiotas impresentables como este que acababa de ver.

Por cierto, del dibujante no diré su nombre, ni su alias artístico, ya que es preferible que lo conozcáis por su obra (que la tiene y buena) que por sus surrealismos freudianos. Yo, lamentablemente, cada vez que veo alguna cosa suya ya no puedo evitar recordar esa tarde en la que descubrí que a veces un buen lápiz puede tener detrás a un absoluto imbécil.
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